miércoles, 12 de diciembre de 2018

Siempre me han enseñado y repetido que yo debo amar a otros, a todos quienes me rodean, a mi amigos, a mis enemigos, a los que están lejos, a los que están cerca.  Por desgracia no me han dicho que yo debo amarme a mí mismo, que debo conocerme, aceptarme, valorarme y vivir contento con mi propia piel.  Me repitieron que debía negarme, rechazarme, despreciarme y humillarme a mí mismo para dejar contento a Dios.  ! ¡Como si la grandeza de Dios se alimentara de la pequeñez del hombre!

No me dijeron con la misma insistencia que yo era una maravillosa obra de arte, hecho con paciencia y ternura por el Gran Artista del Universo.  Me ocultaron que Él me amaba locamente y que conocía todos mis detalles, virtudes, y defectos; enfermo o sano, alto o bajo, inteligente o flojo, no importa, siento que Dios me ama, de una manera inusitada, y por eso desde hoy, emprendo el camino de mi amor.  Quiero amarme, he decidido amarme, con gracia, con pecado, con aciertos, con fracasos, piadoso o ateo, agnóstico o creyente, con historias bellas del pasado, o con tenebrosas realidades del presente.

Necesito amarme, y al amarme reconozco entusiasmado, la hermosura profunda que hay en mí, son las huellas digitales de Dios las que están impresas en mi alma.  ¡Dios es fantástico, es sabio!  Todos los días y a cada rato, Él me hace algún regalo.  Dios no ha sido jamás mezquino conmigo, ni con mi historia; al contrario, siento mucha emoción al contemplarlo tan bueno y generoso.  Cuando sea consciente de lo mucho que de Él he recibido, sabré también con claridad, lo mucho que puedo dar a otros.

Cuando entienda algo de la bondad de Dios para conmigo, comprenderé mi vocación irrenunciable de compartir lo que poseo.  Tengo ternura, paciencia, alegría, generosidad y confianza.  Sé escuchar, sé acoger, sé gozar, soy amistoso, reflexivo, libre, inteligente y bueno.  Esa es la verdad.

Me habían enseñado a mirar sólo mis torpezas y caídas, yo llevaba muy bien la cuenta de mis limitaciones y pecados.  Llegué a creer que era temeroso, huraño, limitado y débil.  Me llené de inseguridad, de temores, de recelo, de defensas, de agresiones.  Me creí el repetido cuento de que yo era tonto, irrespetuoso, y malo, y traté de actuar como este personaje en el escenario del mundo.  Desde hoy bucearé en mi mar interior para descubrir emocionado y agradecido, el tesoro que allí está absolutamente intacto: el paisaje maravilloso de mi amor, mi belleza deslumbrante, mi generosa bondad, y mi ternura limitada.

Debo decirlo con orgullo y sin arrogancia, estoy contento conmigo mismo.  De igual manera, tengo la certeza plena de que Dios está contento y satisfecho con esta obra de sus dedos que yo soy.  Dios me trata con cariño, y a pesar de saber mis múltiples pecados, me  mira con simpatía.  Dios conoce mis numerosas debilidades, y aún así me ama como Padre y no me condena por mis caídas reiteradas.  Desde hoy recorro el camino, para amarme tal como Dios me ama.  Si Dios está contento con su hijo ¿cómo podría yo estar descontento?  ¿Cómo podría yo tener la osadía de despreciar lo que Él tanto aprecia?

Desde hoy, sabré abrir los ojos a los dones que Dios me dio.  Desde hoy, gozaré a cada momento lo que Dios depositó cariñosamente en mi interior.  Me amo para poder amar a otros y porque Dios me ama con locura.  Esta es la verdad.

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